primer capíulo de la novela:
PRIMERA PARTE:
El Valle de las Flores
Todos
los años, en la primera luna nueva del verano, se celebraba la noche de Jara,
la gran fiesta del clan de los Lobos. El momento más esperado era la noche
cerrada, cuando las estrellas brillaban con toda su intensidad y los ancianos
contaban historias hasta el amanecer en la empalizada de estacas y espinos
donde situaban su campamento de verano, justo cuando las flores de alivés
enrojecían el amplio valle por donde discurre el río Agual.
La
anciana Gara esperaba paciente a que los niños se acurrucaran alrededor del
fuego, los jóvenes y adultos se situaban detrás y todos los ancianos se
sentaban junto a ella sobre pieles de jabalí para que el frío del suelo no
pasara a sus huesos. Era la más esperada. Había oído tantas veces la historia
que contaban los abuelos generación tras generación que la sabía a la
perfección.
Recordaba
desde el principio hasta el fin la historia del clan de los Lobos y a todos los
niños nos gustaba especialmente la forma en que aquella abuela nos contaba las
vidas de nuestros antepasados. Nos hacía sentir que aun estaban vivos, como si
en cualquier momento fueran a aparecer entre las llamas de la hoguera. Desde
que el gran Turán, último jefe de la tribu de los Cazadores de Mamuts, cediera
el mando a Gréndel antes de morir y éste formara el clan de los Lobos al
expulsar a los osos de la cueva de la montaña para dominar desde allí todos los
bosques y la llanura de las flores, por donde serpentea el río Agual, antes de
remansarse en la represa de los castores, junto a las grandes rocas de Ámila.
Los
ojos de la anciana estaban cubiertos por una telena blanca que resplandecía a
la luz de la lumbre. Su cara estaba surcada por tantas arrugas y tan profundas,
que parecían las sendas que abren las manadas de uros y bisontes cuando avanzan
por las praderas. Su voz, entre ronca y afónica, no era muy fuerte, casi
susurraba en la oscuridad. Pero nadie, ni grandes ni pequeños, perdíamos
detalle de lo que allí decía:
- La historia de nuestros
antepasados empieza en el momento en que el clan de los Cazadores de Mamuts
decide separarse en clanes más pequeños – comenzaba a hablar la anciana Gara
mientras se hacía el silencio-. Hacía años que los mamuts no subían al valle de
las flores a pasar el verano en sus verdes pastos, frondosos bosques, ríos y
arroyos. Eran años de escasez y no había suficiente caza como para alimentar a
tantas bocas.
Vosotros
no habéis tenido la suerte de conocer a ese animal mágico, alto como un árbol,
poderoso como diez uros y más peludo que un bisonte en invierno. Cada una de
sus cuatro patas era más grande que un hombre alto. En lugar de hocico tenía una
larga trompa que le llegaba hasta el suelo, con la que arrancaba la fresca
hierba y se la llevaba a la boca sin necesidad de agacharse, cogía las hojas
más tiernas de los árboles y los frutos más altos sin tener que empinarse lo
más mínimo, agitando continuamente sus orejas peludas del tamaño de un pellejo
de jabalí.
La
vieja se llevaba el brazo a la boca y lo agitaba como una trompa. Luego ponía
sus manos en sus sienes y las abría simulando unas grandes orejotas.
-
Pero lo más fabuloso –continuaba-, eran sus dos colmillos curvados hacia
arriba, casi tan largos como el resto de su cuerpo y más pesados que cualquiera
de vosotros. Vivían en pequeñas manadas formadas por varias familias, parecidas
a nuestros clanes, en las que la unión entre sus miembros era muy fuerte. El
invierno lo pasaban en la inmensa llanura del gran río Güerón y allí parían a
sus crías. Pero a los pocos meses de nacer éstas, empezaban el viaje hacia los
pastos más frescos del valle de las flores de alivés, donde pasaban todo el verano.
Antes de que las hojas de los árboles del río se pusieran amarillas descendían
de nuevo hasta los pastos del río Güerón. Todos los años centenares de mamuts
hacían este recorrido. Esos sí eran buenos tiempos.
En
esa época de abundancia, en la que había suficiente comida para todos, no
estábamos solos en estas tierras, había personas diferentes a nosotros, los
llamábamos los otros hombres. Eran
más bajos pero mucho más fuertes, incluso las mujeres superaban en fuerza a
cualquier hombre alto, que así es
como ellos nos llamaban, por eso también los solíamos nombrar como hombres fuertes. Otros clanes rehuían
mantener contacto con ellos porque les tenían miedo y los llamaban
despectivamente monstruos. Tenían una
ancha nariz achatada, unas cejas prominentes, la frente caída hacia atrás y
apenas tenían barbilla. Esta barbilla nuestra, más prominente, hacía que ellos también
nos llamaran belfones.
La
vieja explicaba esto a los niños que tenía más cerca intentando hundir su
barbilla, achatándose la nariz, poniéndose dos dedos sobre sus cejas y
golpeando la frente hacia atrás. Algunos pequeños reían intentando imitarla.
-
Pero ahora estamos solos sobre esta tierra que nos cobija y nos da la vida
–continuaba poniéndose seria-, porque debéis saber que hace tiempo que no vemos
a ninguno de estos hombres de fuerza descomunal, capaces de ensartar a dos
jabalíes en la misma lanza con un solo lanzamiento.
Los otros hombres eran nuestros hermanos en la caza y ante el ataque de las bestias. Los hombres altos descendientes del clan de los Cazadores de Mamuts, siempre hemos respetado a los hombres fuertes. Si estos cazaban primero, el animal era suyo. De la misma manera, cuando los cazadores del gran Turán abatían una presa, ellos también respetaban nuestra captura. Así debe ser, si obráis correctamente nadie podrá reprocharos nada. Llegaban incluso a ayudarnos a ahuyentar a las fieras que intentaban arrebatarnos la captura. Leones, hienas, osos o lobos temían la increíble fuerza, las largas lanzas y las descomunales hachas de los otros hombres. Aunque su voz gutural era casi imperceptible e incomprensible para nosotros, los alaridos que emitían en la caza o en los momentos de peligro eran sobrecogedores, especialmente si se escuchaban por primera vez. Hasta los animales más sanguinarios solían huir al escucharlos.
Uno
de los pequeños empezó a dar gritos y aullidos como los lobos, mientras una
niña, sentada detrás, intentaba taparle la boca sin conseguirlo. La vieja
sonreía y continuaba:
-
Cualquiera de vosotros que no haya oído nunca sus gritos, pensaría que los
profiere la mayor y más espeluznante bestia salida de la noche de los tiempos.
Pero quizás ya sea tarde para vosotros y jamás podáis escucharlos, pues ninguno
de nosotros, ni tampoco los susurradores,
podemos imitar semejante alarido. Como sabéis, los susurradores son los descendientes de los mestizos nacidos
de la unión de los otros hombres con
uno de nosotros. Como por ejemplo Graus, nuestro mejor cazador o Ana, vuestra
pequeña amiga.
Esto
sabemos –proseguía Gara-: Dicen que ya no quedan hombres fuertes, aunque hay quien asegura que sobreviven unos pocos
en el cálido y lejano sur. En cambio dicen que los descendientes del enorme
Tumut se esconden en el frío norte, el último Mamut al que yo vi cuando era niña
y, ya veis, ahora con estos pobres ojos apenas podría distinguir su cabezota,
aunque se colocara a un palmo de mi cara. Lo cierto es que los otros hombres eran incapaces de
hablar como nosotros, en cambio se dieron casos en que algunos hombres altos, fueron capaces de
conversar con ellos. En nuestro clan de los Lobos, el sabio Tahón, tenía esta
habilidad, entre otras muchas que os contaré en su momento, siempre que esta
noche oscura no cierre vuestros ojos y el sueño se apodere de vuestros cuerpos.
Pero
debéis saber que en esta noche de celebración y fiesta para el clan de los
Lobos, no podéis dormiros si queréis conocer la historia de nuestros
antepasados, en esta tierra, madre de todas las madres, que primero sirvió de morada
a los hombres fuertes y que ahora
ocupamos nosotros con el debido respeto a su memoria y también a la de nuestros
propios antepasados. Porque su recuerdo está presente en el aire que
respiramos, en el agua que bebemos, en la hierba que alimenta a los animales
que comemos, en las rocas y en los árboles que nos cobijan y nos proporcionan
utensilios y todo lo necesario para que nuestra vida continúe generación tras
generación. Porque debéis saber que los hombres heredamos de nuestros padres lo
que ellos heredaron de nuestros abuelos y que nuestros hijos y los hijos de sus
hijos esperan lo mismo de nosotros. Recordad pues, que nada de lo que os rodea
os pertenece.
Esto
debéis saber: Nada nos pertenece. Así, el cachorro que cazamos pertenece a su
madre y nosotros debemos pedir perdón y agradecer que la carne de su carne y la
sangre de su sangre nos permitan seguir viviendo. Debéis considerar como
hermanos vuestros a los animales que nos dan o nos pueden quitar la vida, pues
dependemos los unos de los otros, igual que pasa en una gran familia como
nuestro clan. Por eso mismo también estamos obligados a proteger nuestra vida
para poder seguir defendiendo nuestra
permanencia en la faz de la tierra.
Nada
nos pertenece, ni siquiera el aire que respiramos e infla nuestro pecho como un
soplo de vida es nuestro y hemos de expulsarlo nuevamente para que siga
proporcionando más vida al resto de nuestros hermanos. De la misma manera, el
agua que bebemos sale de nuestro cuerpo cada día al sudar, al orinar, al
llorar, al escupir. Si quisiéramos retener toda el agua que bebemos nos
mataría, por la sencilla razón de que el agua es libre y debe manar y correr,
igual que la gran águila negra agita el aire que respiramos al batir sus
poderosas alas.
Esto
debéis saber: Agua y aire son hermanos entre sí y también son nuestros padres porque
nos dan la vida. Todo está relacionado. El mismo aire que respiramos es también
el que sostiene el vuelo lento y poderoso de la gran avutarda de las llanuras y
el del pequeño picogordo del bosque. Es el mismo aire que empuja a las nubes,
repletas del agua que empapa los campos, donde brota la
hierba fresca que da de comer a los animales de los que nosotros nos
alimentamos. Así también, el agua de la lluvia nutre los ríos y proporciona
alimento a los grandes árboles del bosque, que hunden sus raíces en la tierra
para beber de ella. Los árboles nos proporcionan los frutos que nos alimentan,
la sombra que nos protege del calor, la leña con la que hacemos fuego para
comer y protegernos del frío, las lanzas y estacas que utilizamos cada día y
hasta los palitos con los que nos limpiamos los dientes después de las comidas.
Además, guardan los recuerdos de nuestros antepasados. No lo olvidéis.
Todo
está relacionado. Aquello que vemos y lo que no vemos pertenece al sol y a la
tierra, que son los abuelos de todos los hijos de sus hijos. La tierra es la
madre de todas las madres, la fertilidad de todas las plantas y animales. El
sol es el padre de todos los padres, el calor y la fuerza que nos permite
existir. Todo está relacionado, de estos dos padres surgen todos los demás.
La anciana Gara hacía una
larga pausa, los más pequeños miraban impacientes aquellos ojos blancos,
velados y sin expresión, de la abuela de todas las abuelas. La vieja Gara
parecía intentar recordar y, de forma teatral, se llevaba uno de sus negros y
alargados dedos a la sien y la golpeaba lentamente, intentando buscar los
recuerdos en su cabeza, elevando su mirada vacía hacia las resplandecientes
estrellas como buscando su ayuda.
- Sigue, abuela Gara -gritaban
los niños más pequeños-. Cuéntanos más.
Su
ansiedad se convertía en una amplia sonrisa cuando la abuela bajaba lentamente
el dedo y dirigía nuevamente su mirada hacia los niños.
- Sigue contando abuela.
Háblanos de los cazadores de mamuts.
La
abuela Gara continuaba su relato con la misma voz tenue, pero con el mismo
entusiasmo. Los niños lo celebraban con un murmullo de felicidad que desaparecía
inmediatamente para escuchar a la matriarca del clan de los Lobos.
-
Nunca olvidéis que nosotros descendemos del clan de los Cazadores de Mamuts,
que era uno de los más antiguos y poderosos de la zona. Seguían a los animales
cuando, antes del verano, empezaban a remontar el curso del río Agual hacia el
sur, hasta llegar al valle de las flores de alivés. Las manadas de Mamuts eran
acompañadas por tal cantidad de animales que, desde la lejanía, oscurecían la
pradera. Los cazadores llamamos a esta migración el río que camina. Cuando
llegaban a las dunas de los esqueletos, la nube de polvo que levantaban era tan
grande que se podía divisar desde tal distancia que se tardaría más de una
jornada en recorrerla.
Los
Cazadores de Mamuts seguían al río que camina hasta el valle de las flores en
verano y regresaban hasta la gran llanura en otoño, antes de que las nieves y el
hielo cubrieran el valle. Además, allí quedaban muy pocos animales en invierno
y las condiciones de vida eran más severas que en la gran llanura. Aunque los
abuelos contaban que a los otros hombres
les costaba más trabajo bajar del valle, y había años que ni siquiera lo
hacían, pues se desenvolvían mucho mejor que nosotros en la nieve y en el frío.
El clan de los Cazadores
de Mamuts acompañaba los desplazamientos de estos animales y sólo cazaban
cuando lo necesitaban para comer o abrigarse. Muchas veces eran individuos que
los leones habían dejado malheridos o cachorros
que quedaban moribundos en el trayecto. Las pieles y los huesos de los
mamuts eran perfectas para nuestros hogares y nos resguardaban del frío, del
calor e incluso de las bestias.
Los mamuts abrían amplias
sendas en los bosques, en las dunas, en las praderas, que eran seguidas por
multitud de animales. Nosotros mismos seguimos utilizando las antiguas rutas de
los mamuts para desplazarnos entre el norte y el sur pues, como sabéis, cuando
nuestros hermanos caballos, uros o bisontes se marchan en busca de mejores
pastos, nosotros les acompañamos por la senda de Tumut.
Nuestros antepasados pasaban
el invierno, al igual que nosotros, en las dunas de los esqueletos, junto al
gran pino Vaceal, Como bien sabéis, desde allí se dominan las amplias praderas
donde los animales pastan en invierno. No solían descender hasta las
proximidades del gran río Güerón porque, siempre que lo intentaban, entraban en
conflicto con las tribus allí asentadas. Fueron estos clanes los que acabaron
con algo que no les pertenecía, al matar a los últimos mamuts. Y por su culpa
vosotros ya no podréis conocerlos.
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